La
palabra “yoga” hace referencia una tradicional disciplina física, mental
y espiritual que se originó en la
India.
El yoga ayuda al niño a su desarrollo físico, ya que le
ayuda a aprender a estirarse, respirar y relajarse. Esta práctica desempeña un papel muy importante para
combatir y prevenir trastornos en los más pequeños y en adolescentes
relacionados con la alimentación, el sueño, hiperactividad, perturbaciones
emocionales… y posee las siguientes características aplicadas a los más
pequeños:
- Nivel de actividad del niño: frecuencia y rapidez de sus movimientos.
- Regularidad o irregularidad en sus funciones fisiológicas: sueño, hambre, etc.
- Reacción a experiencias nuevas como un dormitorio nuevo o estar con personas desconocidas.
- Mínima fuerza o estímulo necesarios para llamar su atención para realizar un nuevo movimiento o actividad.
- Energía de expansión en la que expresa sus emociones, estados de ánimos, deseos, ilusiones, etc.
- Facilidad con la que su atención de desvía de una a otra actividad por algún estímulo periférico.
- Tiempo de atención ininterrumpida hacia una actividad simple como ver la televisión o hacia una postura.
Las técnicas del yoga favorecen a todo el organismo y actúan
tanto en el cuerpo como en la mente, mejorando así la conexión entre ambos.
Los expertos aconsejan que el niño practique yoga a partir
de los 4 años, unas dos veces por semana y que los más pequeños lo hagan
acompañados de sus padres. Estas clases suelen durar unos 30-40 minutos y su
estructura básica es la siguiente:
- Ejecución de las posturas del yoga seleccionada.
- Unos minutos de práctica de ejercicios de control respiratorio.
- Práctica de la relajación durante unos 4-5 minutos.
En esta práctica encontramos múltiples beneficios, por lo
que podemos aplicarla de forma lúdica y favorecer con ella el desarrollo físico
y psíquico de nuestros hijos/alumnos.